Cerca del cielo, donde se elevan los miedos para convertirse en lamentos del viento, hay una ventana. Cercada por muros de hormigón y acero, para que pueda permanecer inalterable ante las catástrofes climatológicas, e impasible ante el paso de los años.
Ojos de numerosos hombres han mirado por ella, conmoviéndose al presenciar las diminutas vidas agitándose sin control. Luces en la oscuridad, hormigas durante el día. Organizándose verticalmente. Agrupando esperanzas en comunidades. Diseminando sueños individuales previamente estipulados.
Todos ellos han comprendido al asomarse, tras escalar la torre en la que se encuentra ese marco inalterable, que son solo pinceladas del paisaje que contiene. Un cuadro con tantas interpretaciones posibles como ojos que lo observen. Lágrimas, voces ahogadas, frustraciones encarceladas en cuerpos que contemplan desde la distancia al fin.
Almas que, embargadas por las visiones, se lanzan por la ventana convencidas, siendo engullidas por el monstruo del que formamos parte, para convertirse en un trazo renovado.