Bazar de deseos que aún no han sido anhelados por nadie.
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-Me gustaría que me golpearas tan fuerte como pudieras, como solíamos hacer de jóvenes, para sentir tu ira contenida e impregnarme más de dolor.

-Nunca estamos preparados – me decías mientras otro de tus familiares se interponía entre nosotros para darte el pésame. Besos vacíos en la mejilla, miradas simulando comprenderte, y palabras protocolarias de afecto.

-Escápate conmigo de la oscuridad unos días, aire fresco y reflexiones a los pies de los arboles que rodean mi casa, son grandes y frondosos. Te hará bien – le dije.

-Una parte mía anhela estar allí contigo, divagando, replanteando mi dirección con besos de verdad…

-No busques ningún pero, Ana- la interrumpí al ver que se excusaba con la mirada, la invadían las dudas, o pensaba en algo lejano, como escondido en un rincón interior infectado por la pérdida.

-Gracias por la oferta, aunque deseo permanecer sola una temporada, no quiero que insistas. Además no estaría bien visto y solo te arrastraría a mi angustia. Saldré del pozo, solo necesito paz y tiempo.

-Tienes mi teléfono y sabes donde encontrarme por si cambias de parecer. Lo superarás, lo superaremos. – Abracé con cariño aquel cuerpo en los huesos, mientras me despedía.

Siempre la amé, los amé, por eso decidí alejarme de sus vidas para que pudieran crear algo con sentido hace años.

Ahora paso las tardes leyendo y reflexionando cabizbajo en el jardín, cuando el dolor remite un poco. Es difícil de asimilar todavía.

Pero el viento arrastra las hojas secas que se interponen en los libros, dándome el pésame de ambas pérdidas.