Percibir la pureza de los rituales, de los sencillos y antiguos, aunque no trasciendan lo real y no alcancen objetivo alguno. Y aún así tener la esperanza de que la plegaria sea contestada por el destino. Una ceremonia ancestral, en la que casi se pueden oír las voces de los hombres de antaño, implorando una oportunidad, un quiebro en la corriente que los arrastra a la profundidad del olvido.
Dulce ignorancia no atendida, quizá por ser mera superstición, quizá porque no haya nadie al mando después de todo.
Otros oyeron antes que yo los delirios del pasado, de quiénes luchaban en su propia guerra contra la realidad. Intentando vencer los límites impuestos por la naturaleza, negándose a desistir.
Innumerables intentos fallidos que avocan al desánimo, a la oscuridad. Tan solo queda dejarse llevar y mirar por uno mismo, no mucho más allá de las narices, y con cuidado de no levantar demasiado la mirada. Pues el horizonte alberga silencios, silencios en que quedaron todas las batallas perdidas. No sea que, perdamos la esperanza.