Bazar de deseos que aún no han sido anhelados por nadie.
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Un chico hace el ridículo en televisión convirtiéndose en el hazmerreír europeo, en ese festival de eurovisión para gente progre y bien posicionada. Obtiene la puntuación más baja. Mientras tanto un grupo de hackers barriobajeros infecta a grandes corporaciones en todo el mundo, esas que nos hacen creernos tan progres ¡Que progres somos!. Empresas que sustentan un sistema basado en la explotación de los trabajadores, que con sus humildes votos creen elegir a sus dirigentes. Dirigentes que acaban convirtiéndose en marionetas de esas grandes corporaciones, siempre a golpe de talonario.

Derrotado en el sofá veo el curioso espectáculo sin sentido, una realidad extraña. Mis ideales surcan neuronas grasientas a causa de tantas hamburguesas del McDonals, las continuadamente anunciadas en televisión. Esa deliciosa corporación.

Intento llegar a alguna conclusión o emitir algún juicio. Pero me cuesta decidir a quién votaré en el futuro, estoy demasiado cansado del trabajo para pensar en ello. De todas formas no se si servirá para algo.

Quizá, debería haber votado a ese chico.