Bazar de deseos que aún no han sido anhelados por nadie.
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Bajé la ventanilla al ver acercarse el traficante. Se deslizaba entre las sombras. Observé las mangas de su chaqueta de cuero, más cortas de lo habitual, que dejaban al descubierto un reloj caro y bastantes anillos plateados. Desconocía que significaba aquello en el lenguaje de la barriada, pero supuse que no le iba nada mal.

Si algo había aprendido durante aquellos años, era que la situación siempre puede empeorar. Así que extendí los créditos por la abertura mientras sujetaba un arma oculta con la otra mano. Había cometido demasiados delitos para conseguir aquel intercambio después de todo.

El hombre miró alrededor en busca de algún indicio de sospecha. Acto seguido agarró el montón, guardándolo ágilmente. Abrió su mochila y extrajo un sobre voluminoso que se apresuró a darme.

-Recuerda deshacerte de todas nuestras comunicaciones, o tendrás mas problemas de los que puedas imaginar. – dijo secamente. Luego se dio la vuelta y se alejó rápidamente.

Arranqué el deslizador unos segundos después y conduje con precaución hasta una pensión en las afueras. Lo tenía todo planeado. Aparqué en la parte trasera y cogí una bolsa del maletero. Había que sobreponerse a las emociones y seguir con el plan.

-Una habitación por favor, si puede ser exterior, mejor. – dije con escasa naturalidad.

-De acuerdo. 90 créditos por adelantado – respondió el recepcionista

-Aquí tienes 180, digamos, que quiero pasar desapercibido – dije intentando poner un tono de voz más llano de lo habitual.

– Nadie le molestará entonces. F34, tercer piso a mano derecha – respondió el recepcionista mientras guardaba a buen recaudo las fichas y me sellaba el torso de la mano.

Subí por las escaleras. Un olor a ambientador de jazmín, incapaz de disipar el rancio trasfondo, me impregnó al entrar en la habitación. Cerré el pestillo y corrí las cortinas tras asegurarme de que nadie me estaba vigilando en el callejón. Deposité mis pertenencias en un rincón y el sobre en medio de la cama. Luego fui directo al minibar, era una suerte aquel antro tuviera ciertas comodidades. Un White London con hielo calmaría aquella locura por un instante.

Mi mente se aceleraba por momentos. El sobre descansaba, aparentando cierta personalidad propia, en el centro de la colcha.  Contenía todas las respuestas que mi ser anhelaba, más bien, que cualquier ser anhelaba. Respuestas capaces de tumbar gobiernos, de despertar a individuos de su somnolienta existencia sin sentido. Los misterios del armazón de la realidad sintetizados y fundamentados. Una documentación clasificada, impresa sin rastro.

El estudio abarcaba los resultados de 5 años de investigaciones sobre el tejido que envuelve nuestro entorno y la relación humana con el mismo.

Las preguntas embotaban mi raciocinio: ¿Y si lo que descubría me avocaba a una vida consciente pero encarcelada por algún tipo de inercia determinista?¿Podría doblegar las casualidades a mi antojo?¿Habría un propósito después de todo?

Terminé el último trago con violencia. La espera me había inducido una especie de shock, y me imaginaba en una perspectiva de tercera persona ajeno a mis actos. Rasgué el sobre con manos temblorosas y extraje los folios.

Habían cuatro volúmenes independientemente anillados; estructura del pasado, estructura del presente, estructura del futuro, y síntesis de los principios de coherencia enlazados y aplicaciones individuales.

Seguramente no tardarían en encontrarme, así que dejé el arma al alcance, y empecé la lectura.